Dar sentido a nuestras vidas

En la vida todos tenemos experiencias de distinta índole: negativas, positivas, neutras,… De éstas siempre hay algunas que nos marcan especialmente, dejándonos una huella difícil de borrar. Hay acontecimientos, sobre todo en la infancia, que dejaron esa marca indeleble. Nadie, y digo bien nadie, ha disfrutado de una infancia perfecta.

No podemos cambiar las experiencias de nuestra infancia, tampoco esos acontecimientos que marcaron el devenir posterior. A veces creemos que debamos llegar al fin de nuestros días con esas “espinas” clavadas por estos acontecimientos pasados, sin haber resuelto interiormente ni el significado ni la comprensión íntima de tanto daño. Pero estamos equivocados si pensamos así.

El dar sentido a nuestras experiencias infantiles, el cambiar la visión que tenemos de ellas, no solo es motivo de salud, tanto física como psíquica, además ejercerá una profunda influencia en la educación que reciban nuestros propios hijos.

Cuanta más profunda sea la comprensión que tengamos de nosotros mismos, más profunda y eficaz será la relación que tengamos con nuestros propios hijos. Cuanto más “curadas” estén las heridas del pasado menos estaremos condenados a repetir las mismas interacciones negativas.

La ciencia ya corrobora que hay muchas probabilidades de que la historia se repita y que las pautas familiares negativas se transmitan de generación a generación si no establecemos esa comprensión de nuestras experiencias negativas. Solo cuando los padres encuentran sentido a las experiencias de su vida, pueden liberarse de las pautas del pasado que todavía le aprisionaban en forma de intensas reacciones emocionales, conductas impulsivas, percepciones distorsionadas, automatismos en suma.

Actualmente disponemos de las herramientas suficientes para que esta labor de autoconocimiento y de reparación de las viejas heridas se lleve a cabo. La utilización de la terapia EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing – Desensibilización y Reprocesamiento por medio de Movimiento Ocular), el trabajo con nuestro niño interior, la reparación del apego, la reflexión y el cultivo de visión mental a través de la meditación o el mindfulness, la práctica de la coherencia cardíaca, etc. aseguran que esta labor pueda producirse.

El ser padres se convierte, entonces, en una oportunidad para no repetir viejas pautas. Conociendo nuestra historia vital, tratándola, no seremos propensos a transmitir aquello que nos dolió y todavía nos duele. Se habrá quedado en el pasado, habremos madurado como personas y disfrutaremos del momento presente.

 

Antonio J. Ariza (Psicólogo-Terapeuta EMDR)